PROFESOR

altDetesto todo lo que representas. Sí, a ti, profesor mediocre de la universidad española, te detesto. Detesto el conocimiento que tienes de la materias; bueno, en realidad, no sé por qué lo detesto: es prácticamente inexistente. No has publicado un solo resultado en tu vida, no sabes lo que es escribir un artículo, luchar por poner algo relevante y creativo en él y mandarlo a una revista del JCR. Además, no te has actualizado, ni piensas hacerlo. Detesto que hayas convertido cualquier asignatura en que participas en una lucha de poder, en un plebiscito sobre tu ego o, aún peor, sobre tu autoestima. Eso me estomaga.

Detesto lo inflexible que eres en tu concepción de la materia. Detesto tus invenciones pedagógicas sobre lo que es bueno y malo para el alumno, invenciones que usas como excusa para justificar tus (im)posiciones. Sobre todo, detesto la falta de respeto y consideración hacia tus compañeros. Somos un cero a la izquierda. Si servimos a tus propósitos, entonces somos tus cómplices, tus peones, en suma, tus dóciles secuaces. Si nos oponemos, nos convertimos en tus enemigos y entonces todo vale: el chantaje emocional, la amenaza velada, el filibusterismo o la sacrosanta porfía ad náuseam.

Te detesto por el tiempo que haces perder a todo el mundo en las reuniones del Departamento. Tus argumentos nunca son razonamientos generales sobre la conveniencia o la desventaja de cierta decisión. Tus argumentos siempre empiezan con "A mí no me gusta...", o "Conmigo no contéis...", o "...que sepáis que estoy en desacuerdo..." o con indignación melodramática "¡Yo por ahí no paso!". Y una decisión razonable, original, que supone progreso, se convierte en una afirmación del status quo y, por ende, de tu poder. Y esto lo detesto. Detesto la forma en que tratas a los alumnos, como delincuentes, a veces como perros, como conspiradores, nunca como compañeros de viaje en la tarea de aprender unos de otros. Te detesto porque sacas lo peor de la dialéctica entre profesor y alumno.

Detesto el temor soterrado que tienes hacia tus compañeros que hacen investigación. Los temes porque sabes que el día que tengan tiempo y humor para ello desenmascararán tu ignorancia, la desidia intelectual que has acumulado en todos estos años. Detesto tanto que no te hayas actualizado. Si hubieses leído algún libro de vez en cuando, habrías conocido nuevas materias, nuevos tratamientos del material antiguo, nuevos lenguajes para enseñar, nuevas aplicaciones de la materia. Pero no. No fue así. Te aferraste a los apuntes que te dieron en la facultad hace un buen puñado de lustros y, sin ningún sentido crítico, solo tu apego emocional, los quieres transmitir a machamartillo. Detesto esa actitud tuya, tan tuya. Detesto tu obsesión por los detalles, la cual no es genuina, sino un modo de controlar la asignatura que impartes. Todo lo quieres a tu modo, a tu entera satisfacción, en el tiempo y forma que tú decidas. Detesto tu supuesto criterio a la hora de redactar cualquier documento, en especial exámenes. En una ocasión le cambiaste la redacción a un compañero de una manera ridícula. Donde decía "La base tiene dos vectores. La dimensión es 2" se lo cambiaste por "La base tiene 2 vectores y la dimensión es 2". Argumentaste, argumentaste y argumentaste (bueno, en este caso estoy forzando la semántica del verbo argumentar), hasta que te saliste con la tuya; no siempre se tiene la resistencia psicológica y el tiempo material para desmontar esas maniobras, nos cansamos, a veces cedemos por la urgencia de otro asunto más importante o sencillamente porque necesitamos paz de espíritu.


 

ALUMNO

Detesto todo lo que representas. Sí, a ti, alumno mediocre de la universidad. Detesto tu actitud descreída, tu inmadurez intelectual y emocional, tu pereza inconsustancial, pero sobre todo detesto tu sentido práctico, que se reduce a aprobar, aprobar del modo más rápido y fácil posible. No te interesa aprender, nada te apasiona, te gusta presumir de que no sabes nada, pero con el atrevimiento propio de la necedad te permites el lujo de criticar los programas. Retienes solo lo que huele a examen, copias las prácticas de otros, no muestras respeto por el profesor y lo tratas como a un embaucador y un charlatán. Estudias al profesor para predecir alguna pregunta del examen, pero tu torpeza es tal que nunca aciertas y te vemos año tras año al final de la clase, con esa sonrisa cínica con que nos desnudas. En fin, concibes los estudios como una carrera de obstáculos, pero no te das cuenta de que el único obstáculo está dentro de ti, en tu actitud acomodaticia y no en el exterior, no en la materia. Destesto tu charlatanería sobre los últimos aparatitos, sea el último móvil, la última videoconsola o el último portátil. Te detesto a ti, alumno mediocre, que llegas sistemáticamente tarde a clase, que insistes en comer y beber en clase, que, ufano tú,  sacas el periódico en medio de una explicación. Te detesto a ti, alumno mediocre, que vas tocado con una gorra en clase, que te da por maquillarte en clase, que llevas los cascos puestos en clase, que te suena el móvil en el momento más inoportuno, que hablas por no callar y perturbas a tus compañeros. A ti, alumno mediocre,  que sepas que no tienes cabida en mi clase.


 

RECTORADO

Detesto todo lo que representas. Sí, a ti, Rectorado de cualquier universidad española. Detesto tu mediocridad, que no es más que un reflejo de la mediocridad de sus miembros. Primero de todo, detesto tu burocracia, atroz, absurda, ultrajante, ignara de las necesidades reales de los administrados. Detesto esa burocracia y a los burócratas que la ejecutan, que nos ejecutan, que nos asfixian, que nos guillotinan. Detesto al burócrata universitario que se enroca en los trámites, que ni comprende la función de los mismos, que te mira condescendiente, que te trata como si estuvieras a su servicio, cuyo obsesivo amor al detalle no es sino, una vez más, mediocridad. En mi universidad, si voy dos días a hacer una visita a otra universidad fuera de Madrid, he de rellenar un papel que pasará por el director de Departamento, por el director de Escuela y por último por el Rector. Éste estampará su firma, bonita, egregia, y me dará la autorización. ¡Qué preciosa pérdida de tiempo! A veces quince días después de volver del viaje llega la autorización. Ridículo mas cierto. Y eso lo detesto. Detesto a los candidatos a Rector, en particular cuando se presentan al segundo mandato. Cuando aparecen en un acto electoral y tras oír su programa, les haces preguntas concretas, les expones situaciones injustas y absurdas, con datos reales, o cuando les señalas vías de mejora manifiestas (en las que no habían caído), balbucean, lo niegan o "te matizan", te acusan de pesimista, de francotirador, o simplemente, como ocurre en la mayor parte de los casos, se sonríen torpe y melifluamente. Eso lo detesto. Detesto el esfuerzo infinito que supone llevar a cabo cualquier idea a causa de la maquinaria del Rectorado. Detesto las mascaradas que son las plazas del personal laboral. Detesto la impunidad que dispensa cualquier Rectorado de este país a los profesores que no cumplen, no ya que sean malos, sino que no den sus clases con regularidad o que nunca se las preparen. Detesto la endogamia de la universidad, de la cual en buena medida tienen la culpa los dirigentes universitarios. Detesto el ineficaz sistema económico por el que se rigen las universidades españolas, tan burocrático, tan lento. Detesto que se pague a los proveedores tarde y mal. ¿Nos sorprendemos de que nos cobren un porcentaje por ser tan malos pagadores? Detesto la informatización apresurada y deficiente que tanto tiempo nos ha hecho perder y que tanta desesperación nos ha producido. Detesto los redobles del autobombo que se dan los dirigentes universitarios. Ante el discurso de cierto Rector, perdí la noción de la realidad, casi el conocimiento, y creí estar en el MIT y no en la UPM. Detesto todo eso, lo cual es mucho sobre mis hombros.
 

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