altHoy 2 de enero de 2011 entra en vigor ¡por fin! una ley que protege al no fumador del humo inmisericorde de los fumadores. Hoy puedo decir que he dejado de fumar; es decir, que ya no soy fumador pasivo forzado. La anterior ley, para vergüenza del Gobierno,  contenía claras concesiones a las tabacaleras y a las asociaciones de hostelerías. Estaba claro que a ambas no les importaba lo más mínimo la salud de sus trabajadores; la realidad era peor: su beneficio estaba por encima de la salud de esas personas. Por eso esta ley es bienvenida. Supone la protección que los fumadores pasivos forzados veníamos pidiendo desde hace mucho.

Estoy seguro de que hay fumadores educados, respetuosos con el medio ambiente, conscientes del daño que infligen a propios y extraños, pero yo me he encontrado pocos, poquísimos, poquitísimos de esa clase. En cambio me he topado con muchos fumadores que van conduciendo y vacían los ceniceros sobre la carretera. En una ocasión incluso las colillas se quedaron sobre mi parabrisas debido al viento. Toque el claxón para afear su acción al incívico fumador y me saludó con un sonoro y a la vez poético "¡Hijo de puta!". ¿Y qué decir de ese inefable compañero que se empeña en fumar puros en el despacho de al lado? Ese humo penetrante que produce dolores de cabeza, incluso naúseas. Después de hacerle notar lo molesto que es, solo conseguí lo típico de estos casos: nada. Ante las protestas naturales, los jefes se despacharon diciendo que "era un asunto personal". No entiendo nada. La Consejería de Consumo ha realizado inspecciones y ha multado a mi Escuela (de Informática, UPM, con 3.000 euros). Los fumadores han seguido fumando con diurnidad, nocturnidad, alevosía y descaro. Las mujeres de la limpieza y el personal de administración y servicios se juntan a media mañana en la calle y se dan al glamuroso vicio. En cambio los profesores se pueden permitir ahumarse y ahumarnos en sus despachos. Cuestión de clases, parece indicar la situación. Pero la situación es más contradictoria con la gastronomía. Cualquier español se precia de ser un entendido en la comida, de buscar los mejores restaurantes, bien sea para unas tapitas, cualquier tipo de carnes, pescados, dulces, la nueva cocina española, la cocina tradicional, la de mercado, etcétera, etcétera. Sí, pero en la mayor parte de esos sitios se fuma, y la comida sabe a rayos y centellas por culpa del asqueroso tabaco. Uno va a darse un homenaje y los fumadores, "en uso de su libertad", te amargan la comida, te impregnan de humo, cara, pelo y ropa, y encima el intolerante eres tú. Esto es España, que es diferente (aquí diferente significa absurda). Aquí hay otro uso de la libertad de los fumadores: la de la amenaza física. En el mercado de al lado de mi casa, muchos dueños y empleados de muchos puestos fuman. Sí, ya sé que está prohibido, pero lo hacen: ¡olé, olé y olé! Como consecuencia de ello, algunos clientes se sienten autorizados a fumar y lo hacen. En una ocasión, con mi hijo de 13 años al lado, observé a un fumador que estaba a mi lado que estaba prohibido en el mercado con toda mi educación: "Caballero, me temo que está prohibido fumar en este mercado". El fumador, un poeta, un rapsoda diría yo, me obsequió con un sonoro "¿A que te meto una hostia, gilipollas?". Impertérrito, y tratando de que mi hijo no percibiese de la tensión, continué de modo cívico: "Caballero, no dudo de sus intenciones, pero es un hecho que aquí está prohibido fumar". El rapsoda ya estaba cargando el brazo cuando salió Dani, dueño del mejor puesto de aceitunas y también víctima del tabaco por su condición de asmático, y se encaró con el bardo bucólico, quien huyó con el rabo entre las piernas. Mi hijo, claro es, no salía de su asombro y confusión. Sin embargo, el dolor más agudo por lo incomprensible de la situación es cuando he visto a mujeres embarazadas fumando, o cuando he visto bebés en locales llenos de humo, o sencillamente niños, que ya son fumadores pasivos habituales, rodeados de la tóxica nube blanca. Me apena que un amigo me presente a unos vecinos y a su hija de 10 años y al darle un beso a la niña el olor a humo de su pelo me repela. Me apena que una alumna me entregue un trabajo y le vea los dedos amarillos, y que horas más tarde, cuando corrija su trabajo, el papel huela a humo y me traiga un desagradable recuerdo.

Los fumadores, en general, se han portado como maleducados y como intolerantes con los no fumadores. En los años 40 y 50 quizás el tabaco era un signo de glamour. En los 60 y 70 quizás era un medio de subir la autoestima. Hoy en día, sabiendo lo dañino que es, ya no hay excusa posible que justifique sus supuestas bondades. Las tabacaleras meten en el tabaco sustancias muy tóxicas y adictivas, se han negado a dar la lista de componentes durante años. El tabaco produce cánceres de varios tipos (garganta, pulmón, etc.), enfermedades cardiovasculares (cardiopatía coronaria, enfermedad arterial periférica y dolencias cerebro-vasculares), enfermedades pulmonares (bronquitis y otras enfermedades crónicas del aparato respiratorio), úlcera duodenal y un largo catálogo. Muchos fumadores, en su cinismo, niegan estos estudios o los desprecian con burlas suicidas. El caso es que la factura sanitaria debido al tabaquismo es ya insoportable. Sin embargo, a los fumadores nunca les importó ni padecer ellos las enfermedades ni que las padezcan sus amigos, los fumadores pasivos forzados. Cualquier ligera observación de que el tabaco molesta es tomada como una ofensa personal, como una actitud antidemocrática, o como mi amigo el rapsoda, digno de una agresión física. Me sorprende mucho la relación de algunos fumadores con el tabaco. Tengo amigos y conocidos que son inteligentísimos, educados, bondadosos, todoa a la vez, y que tocando el tema del tabaco se vuelven salvajes, maleducados y demagogos. Me encanta ese famoso argumento de "te fijas en el humo del tabaco, pero no en la contaminación; y ésa sí que es mala". No, la contaminación es mala y el tabaco es malo, y si puedo vivir sin uno de ellos, el tabaco, mejor que mejor.

Bueno, al menos, ahora tenemos la ley de nuestra parte. Volveré a restaurantes que hacía mucho tiempo que no iba a causa del tabaco. Gozaré de una ciudad con menos humo de tabaco.



Go to top