1     La cuestión del viajar

Me gusta viajar. Desde siempre. Desde muy joven. Con los ojos muy abiertos. El mundo me resulta un lugar fascinante, una fuente inagotable de sorpresas, y siempre me ha parecido obvio que viajar es una obligación vital. No puede ser que uno se restrinja a la ciudad o al pueblo en que ha nacido y que ese sea todo su horizonte vital; no puede ser que uno piense que su ciudad o su pueblo sea el lugar más bonito del mundo. Para decir tal cosa, tienes que haber conocido mínimamente el mundo, con tus propios ojos, de primera mano, con el corazón. Hoy en día, las nuevas generaciones tienen más deseos –y posibilidades– de viajar que las anteriores, especialmente en los países occidentales. Sin embargo, en ocasiones he oído argumentos en contra de viajar. Me han dejado perplejo y a veces meditabundo. ¿No merece la pena conocer el mundo? ¿Qué significa realmente viajar? ¿Qué consecuencias debe deparar un viaje? ¿Por qué viajar? ¿O por qué no viajar? ¿O en qué condiciones? En este breve texto querría hacer  un alegato a favor de viajar y para ello revisar las razones  a favor y en contra. ¿Me acompañas?

 

2     Viajero y turista

Diferenciar estos dos conceptos es lo primero de todo. No son lo mismo y aquí creo que radica el núcleo de la polémica. Un viajero es una persona que quiere conocer mundo, que quiere conocer otras culturas, desde el respeto, desde la humildad. El viajero quiere integrarse en la cultura que visita, quiere conocer sus costumbres, informarse sobre su historia, apreciar su arte, saborear su gastronomía y observar a sus gentes. El viajero recorre el mundo con humildad porque se da cuenta de la complejidad de este, y cae en la cuenta de que su cultura es una más de las muchas del mundo, con todas sus virtudes y defectos, para lo bueno y para lo malo. Un turista, en cambio, pretende visitar otra cultura, sí, pero no con la intención de integrarse en ella, de vivirla con autenticidad, sino de trasladar –con frecuencia, imponer– su propia cultura allá adonde va. Así, aunque esté en un lugar con una gastronomía exquisita, el turista buscará un restaurante con la comida de su país de origen, a menudo la comida basura de su país. El turista no apreciará el arte o la arquitectura de la nueva cultura porque para él no hay comparación posible con la de su cultura. En general, el turista juzgará la cultura nueva por los parámetros de la suya, como si tal cosa fuese posible o simplemente razonable.

Así, pues, en lo que sigue hablaré del viajero y no del turista.

 

3     Elogio del viaje y el viajero

Viajar quita el provincianismo. El diccionario de la RAE define provincianismo, en su tercera acepción, que es la que aquí nos interesa, como "un exceso apego a la mentalidad o a las costumbres de su provincia", y avisa de que tiene uso despectivo. Por extensión, la palabra provincianismo se usa cuando alguien muestra ese excesivo apego dicho de una cultura, sea no ya la de un pueblo, sino una provincia o un país. La cuarta acepción del diccionario reza "poca elegancia o refinamiento". Si estás aquejado de un excesivo apego a tu cultura, que te ciega en la apreciación de otras culturas, a las que de alguna manera consideras no tan buenas como la tuya, entonces viajar (y hacerlo con los ojos bien abiertos) curará ese sarampión. Si eres un mínimamente sincero, cuando viajes verás cosas mejores que en tu provincia; y otras, peores, claro. Pero te darás cuenta de que hay otras culturas que tienen tantas virtudes como la tuya, e incluso más en ciertos aspectos; y ello te dará (¡debería darte!) una suerte de objetividad cultural. Es posible que incluso te des cuenta de que cierto plato, por ejemplo, que es tan querido en tu provincia, en realidad proviene de esa otra cultura que estás visitando. El tomate, sin ir más lejos, sin el cual es inconcebible la cocina española y en general la del mediterráneo. Fue traído de América, de México en concreto. Si vas a México observarás que allí tienen muchas recetas basadas en el tomate y algunas se parecen sospechosamente a las españolas (¿o es al revés?). Me he llevado muchas sorpresas agradables cuando he ido a países del Mediterráneo (Italia, Francia, Grecia) o he comido en restaurantes auténticos (libaneses, marroquíes) y he comprobado que hay grandes similitudes entre esas gastronomías y la española. Tenemos una historia culinaria común y esta asoma por doquier. Esa consciencia de que nuestra cultura pertenece a otra mayor, de que está inmersa en un mosaico de culturas unidas por una historia común, quita el provincianismo; te cambia el excesivo apego a la provincia por el sano apego al mundo.

Viajar proporciona conocimiento. Viajar, si se hace con sinceridad, debería aumentar nuestro conocimiento sobre el mundo. Cuando viajamos a otros países o a otras regiones en nuestro mismo país o cultura, deberíamos hacer un esfuerzo decidido y noble por aprender hechos sobre su historia, geografía, música, arte, lengua, gastronomía y costumbres. Nuestra visita será mucho más fructífera y comprenderemos mejor la cultura a la que nos estamos exponiendo. Recuerdo que cuando estudiaba el bachillerato en la asignatura de Historia nos hablaban de Luis XIV, el Rey Sol, como prototipo de la monarquía absolutista, y cómo el Palacio de Versalles era un símbolo de ese régimen. No fue hasta que fui a París hace unos años y lo visité que pude comprender el alcance de lo que me habían enseñado de joven. Comprobar la megalomanía de este rey contemplando la enormidad y suntuosidad de este palacio hizo que esas lecciones de historia reviviesen en mí. Asombrado por la exuberancia de ese palacio, leí más sobre Luis XIV y sobre la historia de Europa en el siglo XVII. Si durante mi viaje no hubiese leído nada sobre Versalles, posiblemente habría pensado que era un edificio suntuoso, pero no habría comprendido por qué. No solo es ver mundo; es comprenderlo también.

Viajar te hace más tolerante. Si viajamos a sitios diferentes a nuestro entorno habitual, veremos tipos humanos y costumbres distintos a las nuestras. Esas costumbres estarán configuradas por la historia y la idiosincrasia de esa cultura particular, que será tan dispar de la nuestra. Si intentamos juzgar esa cultura sin objetividad, solo desde ese excesivo apego a nuestras costumbres, nos estaremos comportando con intolerancia (y también con cierta arrogancia). Su manera de hacer y de ser no son necesariamente malas porque sean diferentes a la nuestra. Habremos de aceptar que hay más de un modo de hacer y de ser. Recuerdo un viaje que hice a Marruecos en que dormimos en hogares bereberes muy humildes. Conocer la forma de vivir de esas familias bereberes, muchas nómadas, me supuso entender que hay otras maneras de concebir el mundo y que la mía no es la única y ni siquiera la mejor. Esto ya lo sabía, pero en cada viaje que hago lo confirmo. El mundo fuera de mi cultura me lo recuerda. Ver la diferencia y apreciarla fomenta la tolerancia, que es un valor muy necesario y a la vez escaso.

Viajar es una oportunidad para conocer gente y hacer amigos. Si viajas abierto de corazón, con una disposición optimista, con la tolerancia de que hablábamos antes, conocerás a gente interesante durante tu trayecto. Es inevitable, pues los seres humanos somos sociales por naturaleza. En los viajes suele haber dificultades que superar y es en ellas cuando ves la valía de las personas; y entonces de aquel grupo de gente interesante empiezan a sobresalir un selecto puñado que con el tiempo y más convivencia se convertirán en amigos. La gente en los viajes suele dar lo mejor de sí misma. Además, viajar es una forma de desintoxicarte de las redes sociales y en general de la dependencia tecnológica.

Viajar te puede hacer más consciente de los problemas sociales. No todo viaje supone una toma de conciencia social, pero cuando viajamos a países menos desarrollados que el nuestro, con problemas sociales más graves o iguales que los nuestros, es posible esa toma de conciencia. En un viaje que hice a Buenos Aires, hace ya años, estaba en el hotel y pensé que sería una buena idea dar un paseo antes de ir a cenar. Bajé de mi habitación y enfilé la gran avenida donde estaba mi hotel, una avenida plagada de tiendas a ambos lados. Ya estaban cerradas y lo que durante el día había sido un hervidero de ebullición comercial ahora parecía desierto. Excepto que había decenas de niños rebuscando en los cubos de basura situados enfrente de cada comercio. No había excusa o confusión sobre lo que estaba viendo. No estoy hablando de niños pobres que persiguen a los turistas; de hecho, mi presencia les era indiferente. Estoy hablando de auténtica pobreza, de esa que hemos visto en las fotos, en las campañas de internet, pero ahora en toda su crudeza real. Fue doloroso, muy doloroso, y me dejó en un estado de estupefacción que duró toda mi estancia. Otra diferencia entre el viajero y el turista es que el primero intenta conocer la realidad local, mientras que el segundo se queda con los aspectos más superficiales de la otra cultura. Problemas sociales los hay en todos sitios y viajar te da la oportunidad de conocerlos.

Viajar es conocer al ser humano en su dimensión global. Conocemos a nuestra familia, a nuestros amigos, tenemos compañeros de trabajo, también conocidos, o sencillamente personas con intereses comunes. Pero todas estas relaciones ocurren localmente, en un radio de acción pequeño. Tratamos a esas personas una a una y vemos sus obras como individuos, pero no las contextualizamos en un marco más general. Raramente comprendemos cuál es su contribución a nuestra propia cultura. No tenemos una visión de conjunto al respecto. Sin embargo, cuando viajamos sí vemos el resultado del esfuerzo colectivo de una cultura. Enfocamos la atención en los aspectos más globales de la cultura que visitamos. Es más probable que al viajar a una nueva cultura observemos la dimensión global antes que la dimensión local; conoceremos antes la sociedad –por su arquitectura, gastronomía, arte o lengua– que a sus gentes, especialmente si el viaje es corto. Seguro que en nuestro país también podemos hacer ese esfuerzo de conocimiento de la dimensión global, pero en general lo apreciamos poco por ser la cultura a la que estamos acostumbrados.

Viajar proporciona una sensación de frescura y renovación. Viajar (pero no ir de turismo) siempre supone una renovación y un soplo de aire fresco. Muchos viajes suponen primeras experiencias que no se olvidan. Fueron auténticas aventuras en que tuvimos que dar lo mejor de nosotros mismos, en que tuvimos que aparcar nuestro egocentrismo y ser solidarios y trabajar en equipo. Viajar supondrá esa renovación cuando nos saque de nuestra zona de confort, cuando nos fuerce a aprender, a ser mejores personas. Viajar es un reto y si este se supera, entonces aumenta nuestra confianza. Es la dulce sensación del logro conseguido, ese orgullo íntimo de haber mejorado. Entre la sensación de frescura que da, se halla la cantidad de buenas historias que tendremos para contar, historias que nos conformarán, que narraremos con brillantez, pues fuimos sus protagonistas auténticamente.

Viajar te permite estudiar y practicar otras lenguas. Hoy en día hablar otros idiomas es esencial, no ya profesionalmente, sino personalmente. Hablar otra lengua es impregnarse de otra cultura, instalar en nuestra mente otra manera de pensar, de sentir, de actuar; es un compromiso personal con uno mismo, es una práctica intensa de nuestras capacidades cognitivas. Sea cual sea la lengua que estudiemos, viajar nos permitirá practicarla y mejorarla. Se disfruta más una cultura cuando se comprende mínimamente la lengua. En todo caso, el inglés, como lingua franca que es, se torna obligatorio.

 

4     El problema de la sensibilidad

Defiendo todo lo que he escrito arriba, hasta la última coma; sin embargo, sé, tristemente sé, que hay un problema con su aplicabilidad. Donde ponía arriba “viajar quita el provincianismo” debería poner “viajar puede quitar el provincianismo”; donde rezaba “viajar proporciona conocimiento” debería decir “viajar puede proporcionar conocimiento”; y así en todos los demás casos. En realidad, donde pone “viajar tiene tal efecto positivo” debería poner “viajar puede tener tal efecto positivo”. ¿De qué depende que el viajar tenga esos efectos positivos? Probablemente, de un conjunto de circunstancias interconectadas entre sí. He estado en museos en presencia de obras de artes de grandes maestros, que me producían una emoción profunda y sincera, que me han sumido en un recogimiento espiritual… del cual me sacaron los gritos soeces de turistas que iban con la cámara de vídeo en ristre barriendo esas obras de arte, haciendo comentarios jocosos fuera de lugar, ignorando absolutamente el arte que tenían debajo de sus mismísimas narices. ¿Qué pasaba? ¿Esas personas estaban delante de obras que les podían enseñar mucho, que les podían hacer reflexionar, experimentar sus emociones o plantear conflictos morales de los que aprender? ¿Por qué no funciona el arte aquí? Y en lo que nos concierne, ¿por qué no funciona el viaje en este caso? De nuevo, ¿qué se necesita para que el viaje produzca los efectos positivos de que hablábamos más arriba?

La respuesta a esta pregunta depende de la presencia de unos ciertos valores previos, que no hace falta que estén fuertemente implantados, pero sí que al menos estén en forma de semilla. Entre esos valores está, claro, una voluntad de conocer el mundo; un reconocimiento del hecho extraordinario de haber recibido durante un cortísimo intervalo de tiempo –nuestra vida– la posibilidad de conocer el mundo en que vivimos. El sentido de nuestra vida puede ser fácilmente el conocimiento y la comprensión del mundo. Nunca llegaremos a comprender el mundo, pues es más complejo que nuestras capacidades, pero lo que da sentido a nuestro viaje es sencillamente el esfuerzo de esa comprensión. Viajar es parte de ese esfuerzo. Otro valor que emana de la voluntad de comprensión del mundo es la tolerancia. ¿Quién puede ser intolerante si durante el esfuerzo de comprender el mundo uno conoce tal crisol de culturas? ¿Qué puede hacer intrínsecamente más importante a una cultura que a otra? ¿Su poder económico, político o social? ¿Su poder cultural? No, el poder, del tipo que sea, solo somete. Comprender el mundo para dominarlo es una perversión. El mundo está delante de nosotros para que lo comprendamos y para que experimentemos fascinación ante su belleza y complejidad. La importancia de una cultura es función de cómo trata a sus miembros y a la naturaleza.

Nuestra teoría es que sin esa sensibilidad que se manifiesta en el esfuerzo de comprensión y en la tolerancia, viajar es solo un cambio de coordenadas geográficas en el tiempo. Y, claro, cuando esto ocurre uno vuelve como se fue. En realidad, el viajar debería ser el acicate para un cambio intelectual y moral: intelectual porque siempre deberíamos aprender algo; moral porque siempre deberíamos comparar las situaciones de injusticia social entre nuestra cultura y la de destino, y esto ser fruto de reflexión.

5     Crítica del viajero y el viaje

En lo que sigue recojo los principales argumentos que he leído u oído en contra de viajar.

Viajar no es explorar. En realidad, tras formular el problema de la falta de sensibilidad (moral, emocional, cultural, vital), parece que el verdadero problema no es el viajar. Viajar no es tan importante; explorar es lo realmente importante. Algunos exploran en su interior –y es un viaje enriquecedor–, pero físicamente no van muy lejos. Otros van muy lejos, pero no exploran nada, ni su interior ni el entorno que los rodea; aun más, ese entorno no los induce a la exploración interior. La exploración podría estar compuesta de introspección, de autocrítica, y de superación personal. Si necesitas un viaje para ser más feliz, entonces es que algo no funciona en tu vida. Es más valioso quedarse en tu casa, solucionando ese problema, que embarcarte en una aventura incierta. Los grandes viajes no son las mejores ocasiones para pensar en profundidad.

No hace falta viajar físicamente. Hoy en día, con las redes sociales, los canales de viajes, documentales, películas, blogs, no hace falta realmente estar físicamente en un país para experimentar su cultura. Un blog de viajes puede ofrecernos una vívida imagen de un viaje protagonizado por otros. ¿Se puede tener las mismas sensaciones y retos en un viaje virtual que en un viaje físico? Algunos afirman que sí, que es en realidad la experiencia emocional lo importante de un viaje y no tanto la movilidad física. Y la experiencia emocional no está unida necesariamente a un viaje. Por otro lado, viajar supone una gran cantidad de inconvenientes: pasar por las medidas de seguridad de aeropuertos, las habitaciones extrañas de hoteles, la comida fuera de casa, la convivencia –a menudo llena de fricciones– con los compañeros de viaje, lo caro que es viajar, el cansancio que supone, entre otros.

Viajar se ha convertido en una obligación social. Por último, viajar ya se ha constituido en una industria muy pujante. Abundan las agencias de viajes que ofrecen paquetes que van desde recorridos por el círculo polar ártico hasta la selva amazónica con todas las comodidades, como reza su publicidad. Hay una presión comercial y social para que viajemos. Parece que si uno no ha viajado a lugares exóticos, y además lo documenta en las redes sociales, hemos desperdiciado nuestras vacaciones o, aun peor, nuestra vida. Viajar también tiene unas consecuencias indeseables para el medio ambiente. Viajar contamina el planeta y todo viaje tiene un impacto medioambiental. En muchas ocasiones, ese impacto es brutal. Véase, por ejemplo, la destrucción del litoral del sur de España a causa de la construcción masiva de bloques de apartamentos a pie de playa o la tala de bosques para hacer complejos hoteleros en ciertos países caribeños, por no hablar de la contaminación en el mar.

6     Conclusiones

Mi posición es claramente a favor de viajar. La idea de que viajar no es explorar es válida hasta cierto punto. Pero si posees un mínimo de la sensibilidad de que hablaba más arriba, entonces viajar facilita enormemente la exploración; aun diría más, viajar activa e intensifica esa exploración. No estoy de acuerdo en que durante un viaje no se pueda pensar profundamente. ¿Por qué habría de ser así, qué lo impide? La cantidad de estimulación física, sensorial, emocional, social a que puedes estar expuesto en un viaje bien organizado es muy grande. Toda esa estimulación empujará tus pensamientos más allá de sus límites y te dará una perspectiva de los problemas nueva y posiblemente más profunda. Personalmente, he hecho viajes en que he pensado profundamente, incluso a pesar de la falta aparente de tranquilidad que conllevaban unas caóticas jornadas de viaje.

Con respecto al argumento de que no hace falta viajar físicamente, creo que no es correcto. No es comparable el mejor documental con la realidad. Puede que el documental sea más cómodo que el viaje, pero la excelencia de un viaje no se mide por el nivel de comodidad. Un viaje de verdad tiene que sacarte de tu zona de confort. Las mejores imágenes de National Geographic del desierto no pueden competir con la  vivencia genuina de andar por el desierto y dormir bajo sus estrellas. Además, ese argumento obvia un hecho esencial del viaje: la gente. Una parte esencial de todo viaje verdadero es la gente: convivir con ella, solucionar conflictos que surjan, aprender de ella, admirarla, e incluso empezar a quererla. La gente: ¡qué aventura más fascinante! Nada de eso se da al ver un documental, aunque sea en una pantalla plana gigante con sonido envolvente.

Cierto es que para algunos viajar se ha convertido en una obligación social y que esto reviste al viaje de un ropaje de superficialidad. No hay que viajar por obligación social. Viajar es una opción personal; uno no conoce el mundo por seguir una moda. Parece que viajar por obligación social caería en la categoría de hacer turismo. Es difícil viajar por obligación con la voluntad de comprensión del mundo o con la intención de conocer los problemas sociales de otras culturas.

Recomiendo viajar, pero no hacer turismo; recomiendo riesgo, pero no certezas acomodaticias; recomiendo comprensión antes que cerrazón e ignorancia. Recomiendo viajar por todas las razones esgrimidas más arriba: porque quita el provincianismo, porque proporciona conocimiento, porque te hace más tolerante, porque es una oportunidad de oro para hacer amigos, porque te hace más consciente de los problemas sociales, porque nos da una perspectiva global más allá de nuestra propia cultura, porque proporciona frescura y renovación, y porque nos permite aprender y practicar otras lenguas (esto es, otras maneras de pensar; hablar otra lengua es viajar también). Pero antes de viajar... no te olvides de la sensibilidad. Cultívala, siempre, viajes o no viajes. Gracias por tu sensibilidad.

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