Crónica del partido contra Madrid Patina del 21 de enero de 2012. Liga sénior A.

En primer lugar estamos hablando del equipo en que uno de sus jugadores, en el partido de ida, golpeó con el palo en la cabeza a un niño de 14 años. Repitámoslo 14 años. Hum... quizás el lector no haya reaccionado en un primer momento: sí, un adulto, bien

crecido, supuestamente maduro, con una conciencia ética formada, golpeó con el palo en la cabeza a un niño

de 14 años. Esos son los precedentes.

Vamos al partido que nos ocupa en esta crónica. Madrid Patina tiene jugadores que tienen más nivel que nosotros; en particular, tiene a tres jugadores que han jugado en liga élite y muy posiblemente ellos solos pueden desequilibrar el partido. Los incidentes que tuvieron lugar en este partido se han repetido en otras ocasiones con otros equipos. Por un lado, jugadores de más nivel que nosotros se vuelven sucios en cuanto se les planta cara (esto solo quiere decir jugar con intensidad similar a la suya); y por otro lado, la ausencia de un arbitraje justo, firme y atento a cortar los conatos de violencia, hizo que el partido fuese bronco y desagradable.

El hockey es un deporte en que la posición se gana con el cuerpo, en la que el contacto con el cuerpo -con ciertos límites- es inevitable. Así nos lo enseñan en nuestro equipo, así lo vemos jugar y así lo entrenamos. Los límites son claros para quien quiera verlos. Sin embargo, con equipos como Madrid Patina, ya digo, con jugadores de más nivel, en cuanto les quitas la pastilla con el cuerpo, haces back-check o forecheck con intensidad, la reacción es juego sucio y violencia. Y ya sabemos lo que esto significa en términos prácticos: codazos en la cara cuando no te ve el árbitro (me pusieron el casco del revés en varias ocasiones), back-check que parecen más hachazos que otra cosa, cargas con la cadera para empotrarte contra la valla (pero a base de bien, sin paliativos), empujones casuales. ¿Y qué hacía el árbitro ante esto? Sonreía. Con una sonrisa plácida, inmaculada, quasi cinematográfica. A veces añadía melifluamente: "¡Jugad, jugad! Que no ha pasado nada".

Nuestro entrenador, Rubén Matarranz a la sazón, nos instruyó para que presionásemos su salida de la pastilla. Y así lo hicimos. En los dos primeros del partido hubo unas cuantas ocasiones en que, como consecuencia de esa presión, acabamos con lances en las esquinas. Metimos cuerpo -sin hacer falta, nada más que para ganar la posición- y el equipo contrario se lo tomó mal, sobre todo los veteranos. Empezaron los codazos, las cargas en la valla y otras maniobras sucias. Nosotros no bajamos la intensidad de nuestro juego, esto es, no nos dejamos intimidar por su juego agresivo. A todo esto, ¿y el árbitro? El árbitro sonreía, plácidamente.

Algunos de los jugadores con menos experiencia de su equipo también se revolvieron con formidable violencia. En varias ocasiones se cayeron al suelo al marcarles con el cuerpo, más que nada fruto de su falta de patinaje (no llevaban las rodillas dobladas), y lo interpretaron como falta. La respuesta: más apaleamiento primero por parte de los veteranos (los que saben hacer faltas sin que las vea el árbitro) y luego se sumaron al festín los jugadores con menos experiencia. En un lance, uno de estos jugadores, de los poco experimentados, se me acerca con elegancia, con calma, con un refinamiento de maneras distinguido, con un saber estar estiloso y me interpela con las siguiente palabras:

¡Eres un puto sucio! Cinco gotas de saliva se escaparon de la boca de mi amable interlocutor y por entre las barras de su rejilla fueron a dar en mi visera con un ruido sordo. Yo me quedé sin habla ante tanta elocuencia, ante tal claridad de pensamiento, ante semejante actitud para exponer y arbitrar soluciones. Eso sí, ¿y el árbitro? Sonreía encantado. Sonreía y parpadeaba melifluamente. Realmente, las palabras de este jugador me dejaron perplejo. Si nosotros jugamos sin intensidad, el equipo contrario, naturalmente,  jugará con intensidad. Si nosotros jugamos con intensidad, entonces estamos cometiendo una insolencia, y el juego se vuelve violento; además, para colmo de escarnio, ocurren episodios como estos. Particularmente inmoral me pareció el comportamiento que tuvieron algunos jugadores del otro equipo con los niños de 14 años de nuestro equipo. Eran innecesariamente duros con ellos y además algunos los provocaban por lo bajini tachándolos de lloricas, quejicas y otras lindezas por el estilo. ¿El árbitro? ¡Oh, el árbitro sonreía! Inmaculadamente.

Es una constante que los equipos buenos sean violentos con los regulares. No solo pasa con Madrid Patina; ha pasado con el femenino de Tres Cantos y otros equipos más. Y siempre digo lo mismo: juguemos al hockey sin trapacerías. Pero parece que eso es imposible, dado el nivel de agresividad y competitividad loca y aciaga que exhiben algunos equipos. Yo no voy a una pista de hockey a que me peguen (¿Y el árbitro?...) ni voy a responder con violencia a la violencia. Por definición, el deporte va contra la violencia, por más que algunos -viejas glorias, nuevas promesas o eternas mediocridades- se empeñen en lo contrario.

Por cierto, sí, gracias por preguntar(hoy todavía me duele la espalda un poco).

 

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