altTe lo podría decir con toda la rabia acumulada posible, como una explosión primigenia, como una onda telúrica, como un trueno omnipotente, como un zarpazo súbito, pero sin embargo te lo diré como corresponde, suavemente, con firmeza y mirándote al fondo de las pupilas: por favor, no me grites.

Gritar, digámoslo claro de una vez por todas, es un acto de cobardía, pues quien grita lo hace sobre quien tiene poder, bien niños, subordinados, dependientes, semejantes más débiles. Los gritones nunca gritan a quienes temen. Gritar no es sino un signo evidente de torpeza emocional; en ocasiones también denota falta de argumentos e incapacidad manifiesta para exponerlos. Me gritas porque no tienes la autoridad moral suficiente para que te haga caso. Entonces, y a pesar del daño que me has infligido, me das pena. Sí, porque cuando gritas todo se refleja en ti, el mayor daño te lo infliges a ti. Gritándome no conseguirás más que te pierda el respeto, que secretamente te desprecie, que aprenda a huir tu cólera, que te tema, pero no conseguirás que te obedezca y aún menos que crea en ti.

Digámoslo claro: gritar a un niño es de cobardes. Cuando gritas a un niño, vil voceras, lo pones en un estado de ansiedad, lo paralizas, lo intimidas. Muchas veces redoblas los gritos, aullador sin escrúpulos, porque ni siquiera te percatas de que el niño no te ha comprendido, en semejante estado de aturdimiento lo has puesto. El niño solo trata de entender qué ha hecho para merecer semejante abuso verbal.

Vocinglero mezquino, asume tu responsabilidad: si gritas a un niño, éste acabará por gritar como tú, y será un producto de tu neurótico ejemplo. Los gritos, que frecuentemente van acompañados de palabrotas e insultos y que son la antesala de la violencia física, no le entran al niño por un oído y le salen por otro. Le entran por un oído y le salen por la boca. De manera que, voceras despótico, piensa en la responsabilidad moral de los niños que tienes a tu cargo. ¿Por qué gritas a un niño si se supone que eres más inteligente y tienes más autocontrol? ¿Dónde has dejado la bondad? ¿O me vas a decir que hay bondad con gritos? Gritar a un niño hace que se ponga a la defensiva, que se suma en un estado de confusión, que se vuelva introvertido y temeroso, que no confíe en los adultos. Estas son las consecuencias de gritar. Piénsalo bien la próxima vez.

Porque, en efecto, gritar es una forma de violencia. Si algo te contraría, busca la solución, pero no nos grites. No encubras tu incompetencia con los gritos. Respétate a ti mismo y no pierdas el autocontrol, ni como padre, ni como amigo, ni como entrenador, ni como compañero de trabajo, ni como pareja, ni en situación alguna ni con nadie. Las personas, si sabes de que te hablo, no se gritan unas a otras. Se respetan, son empáticas, acuerdan, argumentan, deciden, pero no usan la fuerza sea física o verbal para imponer sus ideas. Escucha lo que tengo que decirte: gritar te quita la razón. Para siempre. No hay razón más justa o sensata o procedente que no me parezca la más baja expresión de tu egoísmo si me la dices gritando. La razón, presentada sin el ropaje de las formas, es un supremo acto de cinismo. Siempre que me ladras una razón, pienso que tener razón es una excusa para gritarme; nunca pienso que pueda ignorar los gritos porque tengas razón.

Si en lugar de gritar, explicases qué quieres, todo sería más fácil. Pero veo que te falta la paciencia necesaria. Si en lugar de gritar pidieses las cosas por favor, ¡qué distinta sería la convivencia! Si en lugar de gritar, compartieses tu visión, cuán dispuesto estaría a subir a tu barco.

No acepto tu maniqueo argumento de que cuando me chillas hago mejor las cosas o las hago más rápido o pongo más interés. No. Incluso si ello fuera cierto, que no lo es, tu argumento se reduce a que es válido vejarme a cambio de obediencia o eficiencia. No soy una bestia de carga para que me arrees, no soy un medio para alcanzar tus fines. Los mejores líderes son los que se preocupan del bienestar de los que están por debajo de ellos. Esto excluye, chillón manipulador, los gritos.

No me grites, pues no te escucharé. Me limitaré a preguntarte en voz muy bajita y con tono firme por qué me gritas.

No me grites para tratar de convencerme, pues ya habrás perdido la discusión.

No me grites con la excusa de que te saco de quicio; antes aprende a controlarte y reconoce que no siempre tienes razón.

No me grites para "motivarme", pues nada me puede interesar si el precio son tus alaridos.

No me grites solo porque estás en una posición dominante; eso habla de tu estatura moral.

Te lo repetiré por última vez, suavemente, con firmeza y mirándote al fondo de las pupilas: por favor, no me grites.