altQuizás una de las cosas más difíciles de enseñar es el gusto por pensar. Requiere pedagogía extremadamente hábil, reforzamiento de la autoestima, pues uno no aprende a pensar sino equivocándose muchas veces; requiere también ejemplos claros y firmes, que protejan al principiante del fragor de la ignorancia, de la inercia de la estulticia. En esa ardua tarea la divulgación desempeña un papel importantísimo. En otros países se ha entendido hace tiempo y gozan de excelentes programas de divulgación científica y humanística; aquí, a pesar de los denodados esfuerzos de un puñado de idealistas, la divulgación no goza de buena salud. Porque la divulgación es un trabajo de orfebre, deslumbrante, porque la divulgación tiene la misión de canalizar el interés y producir sorpresa que mueva a la acción, esta semana  nos invade una profunda sensación de tristeza y de orfandad: Martin Gardner, un maestro de la divulgación científica se nos ha muerto inesperadamente (el 22/5/2010). Digo inesperadamente porque semejante vitalidad intelectual hacía aspirar a una suerte de eternidad, porque sus ideas y sus métodos tienen una vigencia rabiosa y premonitoria, porque la muerte de un maestro nunca se concibe y menos con alguien que ha despertado el gusto por pensar en uno, que le ha hecho comprender de qué oscurantismo se libró. Con ese se conversa hasta la eternidad.

Martin Gardner nació en 1914 en Tulsa (Oklahoma), la típica ciudad insulsa de Estados Unidos. Su origen contrastaría fuertemente con su imaginación fecunda para la divulgación científica. Hizo la carrera de Filosofía y se dedicó al periodismo. En 1956 empezó a escribir una columna en la revista de divulgación científica Scientific American dedicada a los juegos matemáticos. El éxito de la columna fue tal que Martin Gardner estuvo escribiéndola durante 30 años. Durante todo ese tiempo tocó todo tipo de temas matemáticos. El título era un poco engañoso. Cierto era que su estilo didáctico, muy fresco para la época, presentaba los temas como un juego, pero ni el nivel de profundidad ni los temas en sí mismos eran superficiales ni mucho menos. Martin Gardner supo rodearse de científicos que le contaban las últimas noticias de las matemáticas, los problemas abiertos que se resistían, las conjeturas más atrevidas; todo ello unido a su sed de conocimiento daban a las columnas de Martin Gardner una mezcla de humor (¡cómo retaba al lector!), rigor y amenidad fuera de lo común. Martin Gardner presentó problemas, novedades, reflexiones sobre temas tan diversos como flexagones, poliominós, criptografía y criptoanálisis, puzzles matemáticos, lógica, combinatoria, el juego de la vida de Nash, algoritmos genéticos, etc.

Otro aspecto en que Martin Gardner sobresalió fue la lucha contra la ignorancia supina, el prejuicio recalcitrante. Escribió una columna en la revista Skeptical Inquirer. Esta revista surgió como iniciativa de una serie de científicos e intelectuales para combatir los fraudes en la pseudociencia. En realidad, esa revista descubría las falacias, las patrañas, las fatuas invenciones que en nombre de la ciencia se envalentonan como malas hierbas. Es triste reconocerlo, pero vivimos en una época oscurantista. Personalmente, considero que el porcentaje de personas en nuestra sociedad que sabe algo de ciencia y que aplica el razonamiento es tan pequeño como podría serlo en la Edad Media. La situación es peor porque ahora muchos más niños van a la escuela. Pero ir a la escuela no es garantía ni de adquirir el gusto por pensar ni de desarrollar el sentido crítico, desgraciadamente. La columna de Martin Gardner en el Skeptical Inquirer fue una reacción a esa ignorancia supina, que estaba alcanzado niveles alarmantes, sobre todo porque se la veía asomar entre las clases dirigentes.

Recuerdo con especial cariño varios libros de Martin Gardner. Los inefables ¡Ajá! y ¡Ajá! paradojas, donde hablaba de la idea feliz, del intenso placer que constituye resolver un problema por uno mismo. Nos prevenía contra la lectura atropellada de los enunciados de los problemas (¡cuánto me acuerdo de él cuando redacto un examen para mis alumnos!), de las suposiciones no escritas en el problema pero que estúpidamente creemos, las conexiones de problemas aparentemente tontos con grandes cuestiones de la matemática (véase en ¡Ajá! la sección sobre el teorema de Gödel). Otros muchos libros me guiaron, me iluminaron, me sorprendieron, me divirtieron, me previnieron contra los prejuicios recalcitrantes: Lo bueno, lo malo y lo falso, Carnaval matemático, Circo matemático, Festival mágico-matemático y un largo etcétera. Corred a las librerías.

Siento tristeza y alegría a la vez. Tristeza porque ha muerto un maestro de la divulgación científica a quien muchos queríamos a través de sus obras, que es como decir a través de su ejemplo intelectual y moral. Alegre porque su obra lo trasciende y siempre podremos dialogar con Martin Gardner a través de su obra.

Gracias.

(La foto ha sido tomada de la entrada Martin Gardner de Wikipedia y se usa bajo licencia Wiki Commons.)

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