altÉrase una vez un equipo de hockey femenino de una lejana villa, de nombre Dos Quebrantos. Bajura Morcón era su entrenador, prohombre de la localidad, respetado por su profundo conocimiento del hockey y sus circunstancias, bien relacionado entre las altas esferas y poco amigo de la canalla. A su mirada afilada no escapaba detalle en los partidos; buen escuchador, buen lector de las intenciones ajenas, sus recomendaciones eran las más de las veces certeras; gran estratega en el hockey, sus jugadoras estaban orgullosas de él. Éstas lo trataban con un desenfadado afectuoso y al tiempo con indisimulada admiración. Aquel año el equipo femenino de Dos Quebrantos jugaba en la liga de segunda categoría, pero rabiaban por subir a la liga de primera categoría. Para ello, tenían que ganar partidos y más partidos y más partidos.

Al principio de la temporada Bajura Morcón había pensado que sería muy buena cosa que su equipo femenino subiera a la liga de primera. Eran todas buenas jugadoras, no había esfuerzo que ahorrasen y estaban entusiasmadas con la idea de jugar el año siguiente contra los mejores equipos de la región. Bajura Morcón se encontraba en su despacho; al cabo de un rato levantó la cabeza y miró por la ventana. No todo estaba a favor -pensó. Hay un par de equipos buenos en la liga de segunda que nos podrían amargar la vida -se lamentó. Además, si Bajura Morcón había de ser sincero consigo mismo, no habían encontrado una buena portera hasta ahora. Se levantó de la mesa de su despacho y se puso a pasear por la habitación. Bajura Morcón hacía eso siempre que le preocupaba un asunto. Paseaba con las manos detrás de la espalda y con la mirada en el suelo. Siempre creía encontrar mensajes secretos que le darían la solución a su problema en las vetas del parqué de madera. Una veta de madera más oscura llamó su atención. Se detuvo y la miró fijamente. En realidad, no la veía, sus ojos no la enfocaban. Su mente se había concentrado en la idea de que tenía que ganar la liga de segunda para poder jugar el play-off y subir a primera. Enfocó los ojos sobre la veta. Reparó en que, de hecho, la veta tenía una vaga forma de uno. Se agachó y escrutó la veta. Sí, sin duda, parecía un uno. Eso quería decir algo. Fue rápidamente a la mesa del despacho, cogió un folio y empezó a escribir nombres de jugadores. Sus pensamientos se apelotonaron; pugnaban por salir, pero la excitación no les dejaba. Bajura Morcón había tomado una determinación. Había que ganar a toda costa. Lo repitió para sí mismo varias veces: ¡Ganar!, ¡ganar!, ¡ganar! Ganar es la gloria, el éxtasis. Jadeaba, pero estaba satisfecho; se reía como un loco. Su mirada se afiló como nunca.

No he de preocuparme demasiado -se dijo a sí mismo. Lo primero es solucionar lo del portero. Yo he sido portero, y de los buenos -arqueó la ceja-, y me daré de alta en el equipo. Jugaré cuando el equipo contrario sea un rival temible. No puedo arriesgarme. Sé que en el club esperan que pasemos a primera el año que viene. No puedo defraudarlos. De hecho, ¿por qué no meter al portero de nuestro equipo de nacional? Seguro que no le importa y con él en la portería no correremos ningún riesgo. Hum, sí, buena idea. Eso haré. Así, Bajura Morcón se fue tranquilo a la cama ese día.

Sin embargo, al día siguiente algo, un cosquilleo en el pecho, una extraña desazón, le decía que no había tenido en cuenta todas las contingencias. Mientras desayunaba lo vio. No había calculado los enfrentamientos del play-off. Podía ganar la liga de segunda, pero si perdía los play-off, volvía otra vez a esa inmunda liga de segunda categoría. ¿Con quién se podría enfrentar? Se rascó la barbilla suavemente mientras recordaba. Hum, sí, ese equipo, los Cenizos Resucitados, le costaba recordar porque no gozaba de sus simpatías. Y por si fuera poco, ¡qué nombre tan ridículo! Estaba claro: cenizos por gafes, pero ¿resucitados? Eran lenguaraces, excesivamente pizpiretos, con cierta falta de clase; quizás, con un gran amor al hockey, pero, según él, gregarios. No obstante, entrenaban mucho, tenían un equipo con jugadores jóvenes, fuertes, también con hambre de victorias. El gesto de Bajura Morcón se torció. Apuró el café de un sonoro sorbo y se fue a su despacho. Se sentó durante unos minutos en la mesa de su despacho, pero pronto empezó a pasear, cada vez más frenéticamente. Las vetas no le decían nada esta vez. De repente, topó con la misma veta en forma de uno de la noche anterior. Se sintió reconfortado. La miró y la remiró. Al cabo de un rato, sonrió, luego se río, al principio sordamente, pero después a carcajada limpia. Sí, sabría cómo ganar el play-off también. Fue a una estantería repleta de libros y sacó uno; era el reglamento. Su dedo recorrió varias páginas; se paró en una y leyó en voz alta un párrafo. Volvió a carcajearse.

Bajura Morcón dio de alta en el equipo femenino a la selección de nacional de su club. El reglamento se lo permitía. Entraron en el equipo fornidos jugadores llegados de lejanos países, allí donde el hockey es una religión; jugadores de habilidad electrizante; de velocidad de vértigo; de corpulencia de búfalo; de tiro de bala de plata. De vez en cuando, ante partidos de dudoso resultado, Bajura Morcón llamaba a uno o dos de los mejores y le resolvían la situación. Bajura se había dado de alta también y ora jugaba como portero cuando quería recordar sus viejos tiempos, ora jugaba como jugador para dar ánimo a sus chicas.

Bajura Morcón, con su actitud, inyectó las ganas de ganar a su equipo, pero también la maquiavélica idea de que el fin justifica los medios. Cada día eran más fieras, cada día reparaban menos en los medios, cada día jugaban más suciamente.. Los árbitros muchas veces no pitaban sus codazos y ellas se aprovechaban de ello. Si algún jugador hacía la más mínima intención de devolverles el golpe, protestaban a los árbitros, aunque no hubiesen recibido golpe alguno. La mayor parte las creía. Sus protestas eran más agrias y creíbles de partido en partido. Además, los árbitros inexplicablemente no aplicaban la regla de expulsar a quien se dirijía a ellos sin ser capitán. Se instalaron en la rutina de jugar sucio y protestar ostensiblemente. Pronto tuvo su equipo una fama de sucio, de jugar con intimidación física. Pero eso no le importaba a Bajura Morcón; veía que se ganaban partidos y eso era lo importante. El afán de ganar podía con todo y con todos. Su equipo subiría a la liga de primera. Y todo gracias a su astucia.

Llegaron los play-offs y, en efecto, tenían que jugar contra los Cenizos Resucitados. Había oído, pero sin prestar mucha atención, que el equipo había mejorado durante los últimos tiempos y, en particular, durante este año. No obstante, no se sentía excesivamente preocupado. Llegó el primer partido del play-off. Contra todo pronóstico, y a pesar de sacar a uno de sus jugadores de nacional, los Cenizos Resucitados ganaron por 10 a 9. Bajura Morcón estaba furioso, apretaba los dientes e hilillos de saliva le colgaban por las comisuras de los labios. Se había descuidado y esto no iba a quedar así -amenazó con su mirada de cuchilla. Consultó el calendario de sus jugadores de nacional. En el partido de vuelta ¡no jugaría ni una sola chica! Bueno, las dos mejores jugarían, por disimular, por la mofa de llamarlo femenino. Daba igual lo que pensase el resto del equipo, las que no serían convocadas. Aquí se viene a ganar y se tienen que sacrificar. Ya jugarán el año que viene contra los equipos de primera. El equipo femenino estará formado por muchachotes de nacional; extraño, sí, pero práctico -se vio a sí mismo más calmado tras tomar esta decisión.

Lo habían humillado con esa pírrica victoria. No quería que los Cenizos Resucitados se encontraran la sorpresa que les tenía preparada. Quería que lo supiesen antes y que sufriesen desde los días previos al partido. Escribió un breve pero irónico mensaje informándoles de la composición del nuevo equipo femenino de Dos Quebrantos. Solo había que dejar que rumiasen la idea -la de que van a perder y bajar a la liga de segunda- y dejar que hiciese su efecto. Como era de esperar, los pobres Cenizos Resucitados fueron goleados, un ultrajante 16-0. Los jugadores de nacional se sonreían mientras jugaban, se hacían pases imposibles, tiraban desde ángulos extremos, patinaban como cisnes hilarantes, entraban como águilas inmisericordes.

Los Cenizos Resucitados se preguntaban, más magullados en su orgullo que en su huesos, si el ganar lo justifica todo. Algunos jugadores proponían llevar el caso a la Federación, pero el caso era que la Federación era el caso, y poco caso, en caso de que lo hiciera, haría. Era un caso de impunidad nada casual.

Al haber ganado un partido cada equipo, habrá que jugar un tercer partido de desempate. ¿Qué pasará en ese partido? Aún no se ha jugado. ¿Dejará Bajura Morcón jugar a sus chicas? ¿Podrá, una vez más, el afán de ganar a toda costa? ¿O reinará la justicia deportiva por una vez? Qué raro... Oigo unas risotadas lejanas...
 

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