1.- Los entrenadores gritones

 

En este artículo querría reflexionar sobre un hecho que se me antoja profundamente contradictorio y triste: ¿por qué hay entrenadores -y se encuentran en todos los deportes- que gritan? Los vemos los fines de semana, con las venas del cuello hinchadas como Hidras, rojos de ira, bizqueando, a veces babeando, con los dos brazos extendidos y las manos tensas, paralelas entre sí, apoyados sobre las puntas de los pies, y vociferando, con ese tono de voz rechinante, ensordecedor, con esa entonación que hiende el tímpano como una jabalina, con ese repertorio soez y desaforado que se gastan, con ese afán de victoria que los ciega y los carcome, con ese desprecio tan ultrajante que tienen por sus jugadores, sí, de esos entrenadores hablo (perdón por la semántica forzada aquí). Un entrenador puede levantar la voz para hacerse oír en medio del ruido de una pista o bien para llamar la atención de un jugador y así transmitirle más eficazmente las instrucciones. No se confunda el lector; no hablo de esos entrenadores. Hablo de aquellos que usan los gritos como forma de abuso verbal. En lo que sigue solo pondré ejemplos reales, esto es, que he presenciado como jugador o como espectador.

EJEMPLO REAL 1:

Entonces, no es lo mismo este caso

Entrenador: (con voz alta, tono neutro pero urgiendo) ¡Canta los cruces con tu compañero! ¡Estáis dejando sin cubrir a los aleros!

que este otro

Entrenador: (a voz en cuello, con tono agresivo) ¿Quieres cubrir el puto palo de una jodida vez, coño! ¡Qué quieres, que te mande con los benjamines? ¡Hasta tu padre lo hace mejor!

Creo que la diferencia ha quedado clara. En el primer caso el entrenador levanta la voz para hacerse oír en medio del ruido de la pista y de los rebotes del balón, y sencillamente apremia al jugador para que realice una acción defensiva. En el segundo el entrenador usa un lenguaje soez (puto, jodida, coño), claramente innecesario y que perturba el mensaje; además recurre a una maniobra baja, el sarcasmo, cuando le dice que le va a mandar con los benjamines. No contento con eso, el entrenador lo remata comparándolo con su padre, aún humillándolo más. ¿No era más fácil explicar al jugador por qué y cómo ha de cubrir el palo en lugar de este abuso verbal?

Vemos aquí otro ejemplo, esta vez en medio de un entrenamiento.

EJEMPLO REAL 2:

Entrenador: (de nuevo a voz en cuello, cuando se da cuenta de que un jugador se ha equivocado de lado en el ejercicio ) ¡Me cago en la hostia! ¿Por qué sales por ese lado? Te vas a romper la puta cara con el jugador que viene de frente.

Jugador: (titubeante, sin entender la explosión de furia) Eh..., me he equivocado de lado... eso es todo... Perdón...

Entrenador: (aún más colérico) Pues pon atención, coño, ¿estamos tontos o qué? ¡Tenemos que poner más atención (El entrenador coge el palo de hockey y da un golpe en el suelo con él), atención (da otro golpe), atención (da repetidos golpes en el suelo) y más atención (se rompe el palo)! (El entrenador mira el palo roto aún más furioso.) Me cago en la hostia... ¡Dos vueltas corriendo todo el mundo!

No entiendo que alguien que se llame entrenador se comporte así. Entiendo que el deporte es una actividad formativa, lúdica, y que entrenar con esos modos y ese método no es sino perjudicial. Me he encontrado este tipo de entrenadores varias veces en mi práctica deportiva y los he rehuido, pero siempre me ha quedado la duda de por qué se comportan así. ¿Una naturaleza colérica?, ¿un afán desmedido de ganar?, ¿realmente piensan que así motivan a sus jugadores?, ¿creen que se van a ganar su respeto?, ¿hay alguna posibilidades de que este tipo de entrenadores tenga una relación con sus jugadores basada en la confianza? En la siguiente sección analizo los valores que -supuestamente- son inherentes al deporte; a continuación, reflexiono sobre en qué consiste ser un buen entrenador a la luz de los valores mencionados; y por último, cierro el artículo con una sección de conclusiones.

 

2.- El deporte y los valores

Numerosos autores han estudiado el deporte como forjador de valores. Sin embargo, es paradójico que, ahora que vivimos en una sociedad tan carente de valores, sean muchas las voces que insisten en la educación en valores. Y entre ellas, numerosas las que apuntan al deporte como una excelente herramienta para esa forja. Si no se educa en valores, en realidad no se está educando; quizás se instruya en algún sentido, se desarrollen ciertas destrezas, se prepare para una tarea en particular, pero eso no es educar en sentido estricto de la palabra, esto es, sí, transmitir conocimientos, pero también actitudes, una visión global de la realidad, un sentido de la bondad, de la justicia, una capacidad de trabajo. Nadie duda -o nadie debería dudar- de que el deporte ha de perseguir el desarrollo integral de la persona y eso puede incluir: desarrollo del cuerpo y la mente, pues en el deporte ambos se compenetran; fortalecimiento de la autoestima y del sentido ético; formación del sentido de la responsabilidad; adquisición de autonomía y afán de superación; aceptación de las normas; reconocimiento del otro como un semejante. Y sin duda la lista podría extenderse, pero para nuestros propósitos es suficiente. Ruiz y Cabrera (2010) añaden que con el deporte

el niño debe aprender a competir, resolver problemas, dialogar, superarse, ganar y perder, sin menospreciar a los que lo hacen y disfrutar de la práctica deportiva como elemento formador, integrador y emancipador.

Lo dicho para los niños aquí es claramente válido para adultos también.

Evidentemente, el deporte es solo una herramienta y como tal puede usarse con fines buenos o con fines perversos. Correctamente aplicado, enseña vívidamente la capacidad de resistencia, inculca un sentimiento de respeto por el juego limpio y las reglas, ejercita el esfuerzo coordinado y aún mejor enseña a jugar en equipo, esto es, a subordinar los intereses personales a los del grupo. Si se pervierte su uso, como desgraciadamente ocurre cada vez más, se despoja al deporte de cualquier ideal transcendente que no sea el triunfo, el afán de victoria a cualquier coste. Es una visión amoral -posmoralista, dirían algunos eufemísticamente-, narcisista, cruel, e incluso cínica me atrevería a decir, pues en muchas ocasiones se predican las virtudes del deporte y se contradicen flagrantemente con su práctica efectiva.

EJEMPLO REAL

Entrenador: (con un tono algo de pompa y circunstancia) Hay que jugar limpio en los partidos (mantiene contacto visual con los jugadores), ¿habéis entendido?

Unos días más tardes uno descubre que al entrenador lo han echado varias veces de un partido, una de ellas por partir el palo contra la valla. Además, uno descubre que no es un hecho aislado .

El deporte, como toda herramienta, necesita de un fin moral para llegar a su máxima realización. Es necesario, forzosamente necesario, que haya una intención, una concienciación, de poner el deporte al servicio de unos valores morales correctos. Y esto solo lo pueden hacer juntos padres y entrenadores, en perfecta coordinación. De otro modo, el deporte se convertirá en un mero pasatiempo sin mayor trascendencia educativa.

¿Qué valores pueden vertebrar la práctica deportiva? Hemos tomado los que propone Gutiérrez (2003), que resumimos en la siguiente lista:

  • En la dimensión general: justicia y honestidad, autosacrificio, lealtad, respeto por los demás, respeto por las diferencias culturales, juego limpio, autocontrol, humildad.
  • En la dimensión psicosocial: disfrute, diversión, alegría, autoestima, respeto a los adversarios, control emocional, autodisciplina, liderazgo, responsabilidad, deportividad, determinación, autorrealización, amistad, bienestar físico.
  • En la dimensión del ocio: disfrute y satisfacción personal, participación familiar, evasión emocional, reconocimiento personal, independencia, aprecio y respeto por la naturaleza, lealtad hacia el grupo.

Ya no queda duda de las bondades del deporte cuando lo acompañan valores como los arriba mencionados. ¿Cómo se concilian entonces los gritos con esos valores? ¿Qué significa ser un buen entrenador?

 

3.- ¿Qué es ser un buen entrenador?

3.1.- La diferencia

En vista de los valores que se han listado arriba, diríamos que un buen entrenador es aquel que pone en práctica esos valores en su práctica deportiva. Veamos las diferencias entre un entrenador bueno y uno malo.

UN BUEN ENTRENADOR:

  • Trata a sus jugadores con equidad.
  • Exige y da autosacrificio.
  • Posee un profundo respeto por sus jugadores (lo cual excluye el abuso verbal).
  • Inculca a sus jugadores un estricto respeto por el juego limpio.
  • Ahoga cualquier atisbo de arrogancia en él y en sus jugadores.
  • Nunca pierde el control de sí mismo, ni aún en las peores circunstancias, y esto incluye que el equipo juegue mal.
  • Posee liderazgo en función de su autoridad moral y no por su posición fuerte o porque grite más y más fuerte.
  • Cuida la autoestima de sus jugadores, pues serán mejores cuanto más alta sea.
  • Exigirá a sus jugadores y a sí mismo respeto por el adversario y los árbitros.
  • Tendrá una relación de confianza con sus jugadores.
  • Será capaz de aliviar los momentos de tensión con las dosis justas de sentido del humor.
  • Poseerá la competencia técnica suficiente, la cual acompañará con una pedagogía inteligente y positiva.
  • Tendrá la inteligencia emocional suficiente para detectar los puntos flacos de cada jugador y darles las instrucciones pertinentes para que trabajen sobre ellos.
  • Trabaja la mentalidad del equipo, la cuida como un tesoro.
  • Un entrenador debe ser un ejemplo. Si no, ¿en dónde se van a mirar los jugadores?
  • A cada momento, en cada situación, da ejemplo, se comporta como modelo para el equipo entero.

UN ENTRENADOR MALO:

  • No se controla y da rienda suelta a sus filias y a sus fobias.
  • Da instrucciones gritando y haciendo uso del sarcasmo.
  • Hace que el problema de ganar el partido sea más importante que el cuidar a sus jugadores.
  • No le importa si sus jugadores juegan sucio con tal de que ganen.
  • Se dirige con arrogancia a sus jugadores.
  • Les da instrucciones y con ellas acompaña comentarios que les minan la moral.
  • Predica una cosa y hace la contraria, y cuando se le señala la contradicción alega excusas patéticas basadas en un vago principio de autoridad.
  • No respeta a los árbitros, a quienes trata según sus intereses en el partido y a quienes también grita.
  • No goza de la confianza de sus jugadores porque los zahiere constantemente.
  • La tensión preside entrenamientos y partidos; nunca hay tiempo para reírse un poco.
  • No trabaja la mentalidad de su equipo sistemáticamente.
  • Piensa que los jugadores tienen que aprender las técnicas que les propone, pero no les enseña cómo.

EJEMPLOS REALES:

1.- Entrenador: (con un tono normal) Como sé que no sois... (buscando la palabra más adecuada) un poco... (chasca la lengua), bueno, no sois muy allá... (mirando al suelo, sin comprobar la reacción de los jugadores) pues os voy a simplificar el ejercicio.

2.- Jugador: Entrenador, tenemos un tiro muy deficiente. ¿Podríamos entrenar el tiro, depurar la técnica del tiro? Es un gran punto débil que tenemos.

Entrenador: (extrañado por la pregunta, sin hacer mucho caso.) Todo ejercicio que incluya tiro es en sí mismo un ejercicio de tiro. (Zanjando.) El siguiente ejercicio consiste en...

3.- Entrenador: (tras recibir el equipo dos goles en unos pocos minutos, subiendo el tono) ¿Cómo es posible que nos metan dos goles seguidos? ¿Se puede saber a qué jugáis? (Coge la pizarra y golpea el banquillo con ella.) ¡Coño, vaya manera más gilipollas de echar a perder un partido! ¡Estáis tontos! (En ese momento el equipo contrario marca otro gol más. Sube el tono, se pone rojo y comienza a dar patadas a la valla.) ¡Tontos, estáis tontos, tontos del culo! (Más patadas a la valla).

4.- Entrenador: (tras una pérdida de concentración del equipo, abroncando con furia) ¿Qué os pasa? ¿Se puede saber a qué estáis jugaaaaando? Fulanito, ¿quién te ha dicho que bajes hasta la portería? (Fulanito va a decir algo) Que no, hostia, que eso no es así; o bajas hasta tu posición o te vas a la puta calle (el entrenador está rojo; resopla durante unos segundos). (Con súbito tono calmado) Bueno, y ahora relajaos (caras de estupor en los jugadores; el entrenador no las percibe), jugad como sabéis...

3.2.- Los gritos

Sospecho que la mayor parte de los entrenadores gritones lo son porque piensan que gritando cambiarán el comportamiento de sus jugadores y seguirán más eficazmente sus instrucciones. Esto, a muy corto plazo, puede ser cierto, pero no a medio o largo plazo. De nuevo, insisto, hablo de gritos como abuso verbal y no como forma de hacerse oír por encima de un ruido de fondo o para llamar la atención del jugador. El contenido del mensaje -tanto técnico como emocional- es lo que cuenta, y no el volumen del mismo. Y desde luego, si el mensaje contiene humillación, el mensaje no llega con eficacia; aún más será contraproducente. Los expertos coinciden en que entre los efectos negativos de los gritos se cuentan:

  • El jugador se vuelve más conservador porque tiene miedo a cometer errores.
  • Cuando los gritos vienen porque el entrenador no sabe explicarse y el jugador ha cometido un error, este se sume en un estado de confusión.
  • Los gritos bajan la autoestima de los jugadores. Muchos entrenadores no entienden la sencilla ecuación Entrenador gritón = Jugador frustrado.
  • Los mismos jugadores asumen que los gritos son parte normal del juego y empiezan a gritarse entre ellos.
  • Los jugadores dejan de divertirse con el deporte cuando les gritan.

Para más información sobre los efectos negativos del abuso verbal en los entrenamientos, véanse las páginas Phoenix Coyotes y los artículos de Read, Walker y Wickersham.

EJEMPLO REAL:

Padre: (viendo un partido) Es muy bonito este deporte.

Jugador: (viendo también el partido, pero como espectador) Desde luego que sí. ¿Por qué no apuntas a tus hijos al club?

Padre: No, el entrenador grita mucho a los niños y de una manera muy agresiva. Mira la bronca que le está echando a ese jugador (era un partido de benjamines).

Jugador: (mudo, estupefacto, avergonzado por el espectáculo).

Padre: Mi hijo no soportaría eso y yo no lo quiero para él.

(El jugador, profundamente abochornado, abandona la pista.)

Como padre, me pregunto: Si yo nunca he gritado a mi hijo, ¿por qué tiene que hacerlo el entrenador? La violencia -y los gritos lo son- es una forma de control que se apodera de la libertad y de la dignidad de quien la padece. Y yo tampoco quiero eso para mi hijo.

Algunos entrenadores argumentan que si no gritan a los jugadores estos no cambian su actitud o su juego. ¿De verdad un entrenador que se precie de serlo solo tiene el recurso del grito? Suponiendo que haya un jugador rebelde que se niegue a ejecutar las órdenes del entrenador, el recurso fácil no puede ser vociferar o humillar. No hace falta gritar, basta con dejar que el banquillo hable. No obstante, una charla profunda, tranquila, en que se alcancen acuerdos por ambas partes, que se diagnostiquen los problemas conjuntamente, en que se establezcan lazos de confianza, es también muy efectivo. Las técnicas de entrenamiento han avanzado mucho en este respecto; véase por ejemplo Read y Walker y las referencias mencionadas allí.

 

3.3.- Gritar a los niños

En el artículo No me grites ya me pronuncié sobre el hecho de gritar a los niños. Lo repito aquí, pues no tengo más que añadir.

Digámoslo claro: gritar a un niño es de cobardes. Cuando gritas a un niño, vil voceras, lo pones en un estado de ansiedad, lo paralizas, lo intimidas. Muchas veces redoblas los gritos, aullador sin escrúpulos, porque ni siquiera te percatas de que el niño no te han comprendido, en semejante estado de aturdimiento lo has puesto. El niño solo trata de entender qué ha hecho para merecer semejante abuso verbal.

Vocinglero mezquino, asume tu responsabilidad: si gritas a un niño, éste acabará por gritar como tú, y será un producto de tu neurótico ejemplo. Los gritos, que frecuentemente van acompañados de palabrotas e insultos y que son la antesala de la violencia física, no le entran al niño por un oído y le salen por otro. Le entran por un oído y le salen por la boca. De manera que, voceras despótico, piensa en la responsabilidad moral de los niños que tienes a tu cargo. ¿Por qué gritas a un niño si se supone que eres más inteligente y tienes más autocontrol? ¿Dónde has dejado la bondad? ¿O me vas a decir que hay bondad con gritos? Gritar a un niño hace que se ponga a la defensiva, que se suma en un estado de confusión, que se vuelva introvertido y temeroso, que no confíe en los adultos. Estas son las consecuencias de gritar. Piénsalo bien la próxima vez.

 

4.- Conclusiones

Usar los gritos como técnica de entrenamiento es totalmente inaceptable, y en especial cuando se trata de niños. El abuso verbal es totalmente incompatible con el deporte, entendido este como una práctica acompañada de valores como los mencionados antes. Sin embargo, hay una gran pasividad ante este tipo de violencia verbal. He visto a padres y a niños que han salido apretando los dientes tras un partido en que el entrenador les ha gritado y zaherido. No han pedido una reunión con el entrenador para protestar por su actitud, sino que esperan que "no vuelva a pasar más en el futuro". Por supuesto, volvió a pasar. Un entrenador que tiene la costumbre de gritar no la abandona a menos que haga un gran trabajo de autocontrol consigo mismo, que puede llegar a necesitar la intervención de un profesional de la psicología (hay entrenadores que han asistido a sesiones de control de ira). Aún peor me parecen los padres que justifican los abusos verbales del entrenador. He oído cosas como que "a mi hijo los gritos no le afectan". Suponiendo que eso sea cierto, que es muy dudoso, parece que a ese padre le da igual qué pasa con el resto de los jugadores a quienes sí afecta; y, ¿qué pasa con el ambiente general del equipo?, ¿es bueno que un niño esté en ese ambiente de violencia verbal por muy inmune que sea? ¿No hay otra manera de hacer las cosas?

Otro detalle que me llama profundamente la atención es que estos entrenadores nunca piden perdón. Aceptemos por un momento que han tenido un mal día y han perdido el control. ¿Se reúnen con sus jugadores y les piden perdón con sinceridad? ¿Intenta aprovechar el error que ha cometido para mostrar fehacientemente lo que no se debe hacer? No, nunca he visto eso. Siempre pasan por el tema de puntillas o evitan cualquier mención; sin embargo, los jugadores no lo han olvidado. Nadie olvida cuando lo humillan, por mucha diversión que haya en un deporte.

¿Qué hacer, pues, ante este tipo de entrenadores? No callarse nunca, protestar siempre por su actitud, hacerles saber que lo que hacen es incorrecto, que nadie -ni adultos ni aún menos niños- se merecen un trato humillante. No hay argumento que haga válida una vejación y los padres tenemos que defender a nuestros hijos de ese tipo de entrenadores. El deporte es algo maravilloso, pero hay que practicarlo en un ambiente de respeto, con exclusión total del abuso verbal.

Dedicado a Ramón del Axe.

 

Nota: La figura de arriba ha sido tomada de la página web de Phoenix Coyotes.

5.- Bibliografía

  1. Gutiérrez, M. Manual sobre educación física y el deporte. Barcelona, Paidos. 2003.
  2. Gómez, Paco. No me grites. Artículo publicado en esta página web en la sección Bitácora mundana en septiembre de 2010.
  3. Martínez de Haro, Vicente (coordinador). 10 valores del deporte. Libro publicado en el contexto del proyecto Deporte, olimpismo y ciudadanía. Media Deporte y Comunicación. Mayo de 2005.
  4. Página web de Phoenix Coyotes. Is Yelling at Players Good or Bad… or Does it Matter? Accedido en mayo de 2011.
  5. Read, Dennie. More Basket, Less Yelling. Artículo publicado en la página web Positive Coaching Alliance. Accedido en mayo de 2011.
  6. Ruiz Llamas, Guillermo y Cabrera Suárez, Dolores. Los valores en el deporte. Revista de educación. Número 335, páginas 9-19, 2004.
  7. Walker, Stephen. Dr. Scott Martin's Research on Effective Coaching Behaviors. Podium Sports Journal. Accedido en mayo de 2011.
  8. Wickersham, Seth. Coaches who yell, and those who don't. Artículo publicado en ESPN The Magazine. Accedido en mayo de 2011.
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